Nunca sabrás lo que habría sucedido de haber dicho «no» aquella vez. Tras el velo de lo que no ocurrió, para siempre oculto a tus ojos, encontrarás sólo preguntas. No serán distintas, ni en su fondo ni en su forma, a las que te desafiarían de haber mirado hacia adelante en vez de hacia atrás, pero sus respuestas no dependerán ya de ti.
Nunca sabrás qué hubiera ocurrido si aquel día, sentado a una mesa de cualquier café, rodeado de tus páginas y la luz del sol, no hubieras deslizado tu dedo sobre aquella piel artificial, un gesto sencillo que, sin permitir aún saber de qué extrañas formas Cloto estaba hilando tu hebra, ya había cambiado tu vida.
A pesar de todo, amigo mío, las dudas ya no importan.
Soledad, aquí están mis credenciales, vengo llamando a tu puerta desde hace un tiempo, creo que pasaremos juntos temporales, propongo que tú y yo nos vayamos conociendo.
Aquí estoy, te traigo mis cicatrices, palabras sobre papel pentagramado, no te fijes mucho en lo que dicen, me encontrarás en cada cosa que he callado.
Ya pasó, ya he dejado que se empañe la ilusión de que vivir es indoloro. Qué raro que seas tú quien me acompañe, soledad, a mí, que nunca supe bien cómo estar solo.
Soledad (12 segundos de oscuridad, 2006) Jorge Drexler
La máquina del tiempo es una falacia. No abre agujeros de gusano para comunicar el hoy con el ayer, ni distorsiona cuatro dimensiones para acercar dos puntos en el tiempo. No te lleva al pasado alterando el denso tejido del espacio-tiempo.
Lo que la máquina del tiempo hace realmente es traerte el pasado desde allí hasta aquí y hasta ahora. Se le da muy bien hacerlo a la máquina del tiempo. Lo hace cuando quiere, y sobre todo si se lo propones. Hoy se lo he propuesto, y cómo no, acudió a la cita.
Hemos hablado, nos hemos mirado a los ojos, he temblado y he llorado. Luego se ha ido. Pero sé que volverá.
Se dice, se cuenta, se comenta…